El viaje fue difícil, hacía bastante frío en
la tolva de nuestro transporte; quien iba a pensar que comparado con Huaraz,
Corongo era zona templada y calurosa. Nos dejaron maravillados los cerros de la
Cordillera Blanca, con sus nevados que se perdían en el horizonte, parecía que
se podían tocar si estirabas las manos. Nuestro milenario nevado Champará
quedaba chico ante esa belleza de ese paisaje glaciar.
Nos hospedamos al llegar y junto a los
encargados de la delegación, fuimos al estadio Rosas Pampa, allí debía
realizarse la inscripción de las danzas que participarían en la actividad
cultural. Se presentó un gran problema, la comisión organizadora, había
dispuesto que solamente participara un elenco por delegación, por tanto debían
decidir a cuál de las danzas inscribirían en el concurso. La decisión no fue
difícil, después de una breve charla, inscribieron (como tenía que ser) a las
“Pallas de Corongo”, quienes debían de sacar cara por el folclore de la
provincia.
Los Shajshas quedamos destruidos, tanto
ensayo para quedarnos en la puerta del concurso. Nos sentimos traicionados por
nuestros profesores, sentimos amargura de no poder hacer nada y lloramos
juntos, de impotencia, por no poder demostrar la máxima manifestación
tradicional de nuestro pueblo. Todos llamamos a nuestras casas para sentir la
voz consoladora de nuestros padres, tan necesaria en esos momentos. Buscando
quizás que, como siempre, nuestros padres, a la distancia, nos ayuden a
solucionar un problema que escapaba de nuestras manos. Y la solución llegó
desde Corongo, milagro de San Pedro o de San Francisco, quizás de ambos, pero
les dieron indicaciones a nuestros encargados para que puedan inscribirnos en
la justa folclórica.
La inscripción se realizó sin problemas,
solo que había un detalle, nos habían inscrito como representantes del Colegio
San Francisco de Aco, con la danza de los Shajshas de Aco. Obviamente nos
generó el segundo desazón del viaje, nuevamente sentimos que eso era injusto,
pues éramos sanpedranos de corazón y los de Aco eran rivales a los que siempre
habíamos ganado en el deporte, además su estilo de baile es muy diferente al de
Corongo que tanto habíamos practicado.
Yo tuve una noche terrible y de seguro los
otros Shajshas también, pensando cómo nos sentiríamos cuando nos presenten como
alumnos de otro colegio y no de nuestro querido “San Pedro”. Solo Cabo y su
sobrino durmieron como lirones y roncaron como dos tractores en plena faena.
Pero después de la tormenta viene la calma y al amanecer estábamos más
tranquilos. Nos reunimos y decidimos que haríamos el mejor esfuerzo, no
importaba el lugar de donde decían que éramos, juramos que nos esforzaríamos
por los Shajshas, guerreros de antaño cuya sangre corría por nuestras venas.
Importante fueron las palabras de Manuel (Mañuquito) en esos momentos en los
que cual guerreros nos dábamos ánimos antes de entrar al fragor de la batalla.
Inició el concurso en el Rosas Pampa, otra
gran sorpresa, todas las delegaciones se conformaban por al menos 25
integrantes y cada una de nuestras danzas solo tenía cuatro bailarines. Eso no
nos desanimó, al contrario nos dio mayores bríos, ganas de entrar a la
contienda y demostrar de lo que era capaz un shajsha coronguino; las chicas, ya
vestidas de pallas, se contagiaron de nuestra energía y se mentalizaron en
positivo para su presentación.
Salieron nuestras pallas, cabo y su sobrino
las acompañaban al son de “ron puro” “Muchachita Coronguina” y otras tonadas
tradicionales de nuestro pueblo. Que hermoso era verlas bailar, parecían bellas
mariposas multicolores volando sobre las flores de nuestros cerros, los trajes
de doña “petita” estaban a la altura, sorprendiendo a los asistentes y al
jurado que miraba boquiabierto a las bellas coronguinas. En la fuga, cuando las
roncadoras parecían que iban a explotar, ellas giraban grácilmente copando los
espacios con su presencia e iluminando todo el ambiente con su sonrisa. Que
orgullo de ser coronguinos sentimos en ese momento, con el pecho henchido, nos
sentíamos los mejores de la tierra al ver bailar a las doncellas de nuestro
pueblo. Por fin salieron del escenario y la gente las despidió con aplausos y
silbidos, muestra de que habían realizado una extraordinaria presentación
artística.
En nuestra altanera adolescencia y orgullo
coronguino, sentíamos inferiores a las otras danzas que competían contra
nosotros. No nos sorprendieron los Shajshas de Huaraz y ni los de Yungay, ¿Qué
clase de danza guerrera es, si sus participantes se paran de cabeza, hacen
torres y pirámides... Así piensan combatir al enemigo? pensábamos. El mismo
efecto nos causaba la Huaridanza, que aunque también usan shajapas eran muy
lentos para nosotros. Que ufanos nos hacía nuestra confianza, hoy sé que eran
deducciones carentes de sentido, pero, en su momento, sirvieron para enervar al
espíritu del shajsha que recorría todo nuestro cuerpo.
Tocó el turno de nuestra presentación,
claramente retumbó en nuestro oídos: “Señoras... y señores... con ustedes… el
colegio San Francisco de Aco… con su danza... los Shajshas de Aco…” las
palabras del presentador no nos afectaron, al contrario encendieron al guerrero
que hasta ese momento esperaba latente para demostrar su esencia, su temple y
su fiero carácter. Estábamos formados en dos filas, con la cabeza gacha,
concentrados, la mano derecha estirada hacia adelante con la macana colgando de
ella y la mano izquierda atrás sosteniendo la rodela, mientras sacudíamos
frenéticamente los pies para que suenen nuestras shajapas, cuyo sonido
aumentaba nuestra concentración y hacía que se eleve nuestra adrenalina.
Suenan fuerte las roncadoras, Cabo y su
sobrino hacen el llamado e inician la tonada de entrada… escucho a Manuel que
grita ¡Vamos Shajshas, Carajo! Y como si esas hubiesen sido las palabras
cabalísticas de un extraño conjuro, se sintió como si los guerreros de antaño
se apoderaran de nuestros cuerpos y salimos al campo a dar un férrea batalla.
¡Uz! ¡Uz! ¡Uz! era nuestra arenga mientras saltábamos extasiados marcando
nuestra coreografía. Todo era instintivo, nuestros cuerpos flotaban sobre las
ondas que hacía el sonido de nuestras shajapas, más de cuatro meses de ensayo
mostraban sus frutos y nuestros movimientos se sucedían uno a uno,
perfectamente sincronizados. ¡Uz! ¡Uz! ¡Uz! era nuestro grito general.
De reojo mirábamos a cabo, como siempre, él
bailaba con nosotros, movía su roncadora y mecía su cuerpo señalándonos que se
aproximaba el cambio de música y que debíamos prepararnos para el momento
cumbre, la “contramudanza”. Como éramos pocos y habíamos generado expectativa,
la gente se había bajado de las tribunas y nos rodeaba aplaudiendo nuestro
danzar. De repente, suena el cambio de música en el pinkullo de cabo, giramos y
nos acercamos golpeando nuestra rodela y macana bajo nuestras piernas, que al
final van a estrellarse sobre la cabeza de los cajeros.
Inicia la contramudanza, suena la música de
guerra, explota el grito de guerra en nuestras gargantas ¡yaaaaaaaaaaaa!
¡yaaaaaaaaaaaa! Y salimos en diferentes direcciones hacia el público que al
vernos correr blandiendo nuestras armas en son de combate, retrocedió asustado,
para luego dar pase a la emoción y al aplauso, sorprendido y maravillado por lo
mostrado por los guerreros de Corongo. Hicimos movimientos de batalla, ataque y
defensa en su máxima expresión, ¡Uz! ¡Uz! ¡Uz! patadas, giros y saltos
complementaron nuestra presentación. ¡Uz! ¡Uz! ¡Uz!. Al final, cambiamos al
paso doble, tipo Colcabamba, y salimos del escenario mientras el público
aplaudía nuestra faena, la ideal lucha en el campo de batalla había terminado
para nosotros.
Han sido los quince minutos más duros de mi
vida, pero no los sentí hasta que salí del escenario. Los cuatro nos
desplomamos agotados en extremo y con las piernas totalmente acalambradas por
el esfuerzo que habíamos realizado. Las pallas corrieron a nuestro auxilio y
con el poco movimiento que les permitía su apretado traje, empezaron a
frotarnos las piernas que poco a poco recobraron oxigenación, aunque a mí me
dolieron por más de un mes después del concurso.
Culminó el evento, teníamos que esperar para
la premiación a ver si había algo para Corongo, para nosotros la labor estaba
hecha, no importaba lo que dijeran los demás. Nuestros encargados tenían fe en
las pallas, yo escuché que decían que con ellas fácil tenían el primer lugar.
Comenzó el anuncio de los cinco mejores
grupos, La trilla, Las Pallas de Corongo, Los Shajshas de Aco, Los Shacshas de
Huaraz y uno más cuyo nombre se ha perdido en mi memoria. Quien iba a decirlo…
¡Estábamos dentro de los cinco mejores!
Contra todo
pronóstico las Pallas obtuvieron el quinto lugar, la danza cuyo nombre no
recuerdo quedó en cuarto lugar… ¡Estábamos entre los tres primeros! mudos de la
emoción no atinábamos a decir palabras solo nos mirábamos sorprendidos… las
caras de nuestros encargados se ponían de mil colores, no sé si de emoción o
quizás de preocupación, pues de seguro no esperaban ese resultado.
Anunciaron a los Shajshas de Huaraz como el
tercer lugar del certamen, nuestra emoción era infinita, no podíamos pedir más
por el esfuerzo que habíamos realizado y ante el reclamo, chiflidos y molestias
del público que pensó que el resultado fue injusto, se declaró como ganadora a
la danza de La Trilla mientras que a nosotros nos premiaron con la Medalla de
Plata, al haber obtenido el segundo lugar en la competencia.
Mientras saltábamos de alegría, vimos como
el jefe de la delegación cruzaba presuroso hasta el jurado y los organizadores,
se notaba que hablaba con ellos de algo importante, pues gesticulaba y miraba
hacia donde estábamos nosotros diciendo cosas que eran incomprensibles a lo
lejos. Fueron varios los minutos de angustia, pero por fin pudimos saber de qué
se trataba esa charla. El jurado, con la venia de la comisión organizadora,
hacía una corrección, el local se quedó en silencio, hasta que anunciaron que
la Medalla de Plata del certamen, era otorgada a los alumnos del Colegio
Nacional Mixto “San Pedro” de Corongo, que habían bailado la danza “Los
Shajshas de Corongo”.
Por fin nuestra alegría fue completa, si
bien no habíamos obtenido el primer lugar, la Medalla de Plata era suficiente
para hacer saber la importancia de los guerreros de nuestro querido Corongo.
El retorno fue muy diferente, no importó el
frío ni el medio de transporte, solo queríamos llegar a Corongo a mostrar lo
que nuestros Shajshas habían logrado.
No tuvimos un recibimiento apoteósico, pero
sí el amor, cariño y brazos calurosos de nuestros padres emocionados. Se nos
rindió un parco homenaje en el colegio. Al frente de nuestros compañeros nos
pusieron, orgullosos, con nuestra medalla en el cuello, para que nos brinden un
aplauso por lo obtenido. Pero no hubo más, el diploma y las medallas se
quedaron en la dirección del plantel. No hubo difusión, ni publicaciones que
hablaran al respecto. Hasta hoy solo ha sido una experiencia guardada en el
recuerdo de los cuatro guerreros que logramos esa hazaña.
Por
eso hoy, ante un ataque de nostalgia, quiero plasmar mi recuerdo en papel,
junto con una pequeña memoria personal. Busco quizás que se conozca lo sucedido
y se difunda, por ser un logro de la danza y no de los danzantes. Pero sobre
todo, sueño en que llegue el día en el que alguien encuentre y saque del
olvido, a la Medalla de Plata que ganaron los Shajshas de Corongo, en Huaraz,
en el Concurso Regional de Danzas de 1996.