27 octubre, 2016

Guitarras en noches coronguinas

Por Samuel Nieves Reyes

Llegada la noche después de cenar salíamos a la esquina de la calle grande de nuestro barrio de San Cristóbal, en busca de los amigos y amigas para jugar a las “escondidas” al final del día, antes de irnos a dormir.
Como cualquier noche se da Inicio el juego y cada quien va en busca de algún escondite tratando siempre de estar en el mejor rincón posible, para no ser encontrado fácilmente por el buscador.
La puerta de algún zaguán de la casa de los vecinos solía ser un sitio seguro para ocultarnos o tal vez la tranca del corral de los Carranza.
Siempre las sombras de la noche en complicidad con los claros de la luz plateada que se filtran entre las esporádicas nubes del cielo coronguino de radiante luna, son las más propicias para disfrutar de una inigualable diversión infantil nocturna en los andes de nuestra patria.

Entretenidos y en silencio salvo los gritos del que busca por haber descubierto alguien en su escondite y amparado en la complicidad de la noche, se resiste a aceptar el haber sido encontrado, negando a ser el que es, con fingidos cambios de voz hace que se disfrute el juego con un contagian té entusiasmo.
Transcurren así estos momentos de sana diversión, cuando entre silencios guardados en cada golpe de la restringida respiración de nuestra estática posición, llegamos escuchar de un momento a otro el sonido emitido por instrumentos musicales de cuerdas por allí cerca de donde nos hallábamos, despertándome la curiosidad de averiguar el origen de tan bellos acordes, logro observar desde mi secreto escondite allá en medio de la penumbra del farol de languidecente iluminación de la esquina de la calle, a un grupo de jóvenes muchachos ataviados con ponchos color habano, chalinas al cuello y sombreros de paño negro, tradicional ropaje nocturno coronguino, reuniéndose para iniciar con guitarras y mandolinas un concierto musical sorpresivo para nosotros.
Decido salir de mi escondite para acercarme al grupo de guitarristas, sin atender los reclamos del grupo de amigos que a gritos me piden que no abandonara el juego, pero mi curiosidad para tratar de entender la forma en que se ejecutan esos instrumentos es mucho más fuerte y haciendo oídos sordos avanzo hacia ellos como un hipnotizado ser por descubrir cómo hacen para arrancarle tan hermosas melodías a sus instrumentos, llegando acercarme a cierta distancia un poco temeroso de ser rechazado.
El bordonear de una las guitarras ejecutado por los ágiles dedos del muchacho que lo pulsa hace que pierda el temor y por consiguiente el interés por el juego de las escondidas.
Los bellos acordes que le arrancan a las cuerdas de los instrumentos musicales que tocan han despertado en mí una incontrolable atracción hacia el grupo de jóvenes y no hay nada que me detenga ya, en mi camino de acercamiento hacia ellos.
Busque una ubicación cerca y me pongo a sentir allí el vibrar de las cuerdas en una inédita audición musical presencial, que hasta tiempos previos solo los había escuchado en la radio sin despertar en mi algún mayor interés.
Siento que en esta noche de luna llena las fibras más sensibles de mi ser se estremecen. Nunca antes había estado al lado de ejecutantes de instrumento de cajas de musicales cajas sonoras.
Escucho gozoso las letras de las canciones del llorar de los corazones enamorados y reclamos de cariños no correspondidos, que causan pesares de tristes melancolías.
No deseo abandonar fácilmente el privilegio de mi lugar.
Han transcurrido algún tiempo ya, cuando escucho que de casa me llamaban para ir a dormir “porque ya es tarde para seguir en la calle” me dicen y empiezo a alejarme un poco entristecido pero a medida que avanzo sigo disfrutando del sonido de los instrumentos que poco a poco se va perdiendo en el espacio por la distancia que me va apartando de ellos.
Pasan varias noches y nosotros siempre entretenidos con nuestros juegos nocturnos en la esquina de la calle grande, pero siempre atento yo si en algún momento llegan a reunirse los guitarristas en el poyo de la esquina, para una nueva sesión musical y poder correr en busca de una ubicación para disfrutar de un nuevo momento del vibrar de las cuerdas de sus guitarras y mandolinas.
El fin de semana ha llegado y la noche se hace presente ya cuando por la esquina veo que merodea Rubén Olivera con una guitarra en la mano me acerco a él y le pregunto si esa noche tocaran nuevamente y el que ya iniciábamos una amistad en la escuela me da una respuesta afirmativa y al notar mi curiosidad e interés por tanta pregunta que le hago me invita a quedarme con él en espera del resto de muchachos que no deben de tardar en llegar para disfrutar una nueva reunión musical acordada.
Han transcurrido algún tiempo cuando comienzan a hacerse presente el resto de jóvenes. Cuento a los que van llegando y veo que hay dos guitarras una mandolina una quena y juntos ya empiezan a intercambiar sonidos que le arrancan a sus instrumentos y al cabo de interminables correcciones en el afinado de sus cuerdas que para mis oídos no había mayor diferencia de tonos entre sus instrumentos. Para mí perfectamente sonando están sin embargo para ellos desafinados seguían aun hasta que de un interminable:
- Sube un poco
- Umm no... Ya te pasaste así es que tienes que bajarlo
Y así con impaciencia ya, escucho que han quedado al fin conformes con el afinado, están sonando ya al mismo tono comentan entre ellos y listos están para iniciar la nueva sesión musical.
Sueltan los primeras acordes y mi corazón se acelera palpitando de emoción por la casi perfecta armonía en el vibrar de las cuerdas de las guitarras, que acompañan a la mandolina en la introducción musical y abriéndole a la quena el momento para que lance al viento sus trinos de tristes lamentos de un amor no correspondido, rompiendo así la monotonía de la fría noche de límpida negrura.
El débil alumbrado de la luz artificial de la esquina de la calle grande que languidecía también de tristeza, parece revitalizar su luminosidad con las melodías que se entonan y que le cantan a la alegría del corazón por un amor dificultosamente correspondido y que ahora viajaran en las alas del espacio hacia el infinito como un amoroso mensaje a ella de felicidad del sufrido amante.
También vendrán las letras de alguna canción que narren una perturbadora y sentida nostalgia que su autor evoca al extrañado terruño que dejo en busca del adorado sueño de superación económica logrado a punta de lágrimas y sacrificadas privaciones que le pie a una inspiración de una dolida composición.
Después de entonar varias canciones hacen una parada para descansar y hacer algún comentario si alguno de ellos desafino o corregir alguna entrada fuera de los tiempos que deben de tener para no desentonar.
Respiro, que aprovecho la oportunidad para pedir a Rubén que me preste su guitarra, porque me moría por tener una por primera vez entre mis manos, acto que me concede con las recomendaciones de tener mucho cuidado de no golpearla.
Imito la posición que se tiene para tocar este instrumento y trato de rasgar las cuerdas. No puedo arrancarle un sonido agradable al oído.
Me pregunto si algún día lograre superar esa dificultad.
Los desafinados sonidos primerizos que emito en el instrumento de cuerda serán el fiel de la templanza por superar las dificultades musicales porque me comentan ellos que solo la perseverancia dará sus frutos para cultivar la tradición musical a seguir, nutriéndose siempre de la cotidiana convivencia que la vida nos brinda.
También sigo recordando las diarias faenas en los campos revitalizaran las energías humanas con los alimentos ahí cultivados. Pero llegada las noches estrelladas de esplendida luna llena, volverán a vibrar las cuerdas de las guitarras en cualquier esquina de las calles coronguinas, para cantarle a las tristezas y alegrías del corazón y el alma por más oscuras y frías que estas sean. Porque siempre habrá hornadas de jóvenes muchachos dispuestos a seguir la tradición musical cultivada por las generaciones que los antecedieron, como un legado imperecedero que invitan a seguir manteniéndola viva.

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