Despierta ponchito, he vuelto. Deja tu asfixiante sueño de baúl y nafta, te invito a volar risueño sobre mis hombros en la plaza, abrazando con tus alas a nuestra entrañable gente, vamos a mimetizarnos con los centenarios y cansados adobes. Quizás por ahí te animes a recordar nuestras travesías. Cuántas veces habremos cabalgado solos, cruzando ventarrones, soledades, nevadas, desconsuelos? Y cuántas otras, no permitiste que el frío y sus desaires me dobleguen? Solo tú, entiendes mis aguaceros. Mejor she, vamos a danzar junto a la caja bullanguera y pegajosa de Felipe, luego a embriagarnos con nostalgia y gro con los amigos de siempre donde Michi. La brisa auroral se esconderá en las esquinas al vernos pasar y al cruzar el puente cuando el Champará altanero me muestre su poncho blanco azulino, elevaré desafiante y orgulloso tus libras y cuatro onzas de copos como nubes de sembrío de pastoras cosechadas en laboriosa esquila y escarmenados con amorosas yemas vespertinas, tu urdiembre afilada en husos empinados y centrífugos piruros de giros a la izquierda, tu trama fina teñida en bronces con cítricos y leños. Terminaremos luego ahogados en el mar de gente que viene bailando una tonada rumbo al arco que se apoya en la entrada del pueblo.
Seguro que no has
olvidado las veces que blandiste tus pliegues en aquellas serenatas de
plenilunio y acordeón. Silente conserva en tus ribetes la ternura que ella
disolvió en sus ensueños al cruzar los empedrados de kitchqui calle.